
"El mío es un derecho constitucional. Si quiero ir a Taksim debo poder entrar", protestaba, frente a un muro de uniformados, Güven Gürkan Öztan, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Estambul. Todo fue en vano. Ni él, ni cientos de personas más, pudieron escapar del atolladero en el que la Policía, por orden de un desafiante primer ministro Erdogan, convirtió en un sábado tarde el centro de la ciudad.
Hace justo un año,
en respuesta a la represión policial contra una sentada pacífica en defensa del
parque de Gezi -adyacente a la plaza de Taksim- más de tres millones de turcos
se levantaron contra las políticas del conservador religioso Tayyip Erdogan.
Ayer, con tal de evitar cualquier atisbo de protesta de conmemoración, se cerró
el transporte público en el centro y se suspendió el transporte marítimo en el
estrecho del Bósforo.
"La policía ha recibido órdenes
de hacer cuanto sea necesario [para
evitar concentraciones en Taksim]", había declarado el
jefe de gabinete turco a media tarde. Al poco, los accesos a esa plaza estaban
cerrados hasta para EL MUNDO. "El artículo 34 de nuestra Constitución
permite a la gente reunirse y protestar pacíficamente", denunciaba, a pie
de la calle, el diputado del Partido Popular Republicano (CHP) Mahmut Tanal.
Apenas unos pocos cientos de manifestantes
lograron alcanzar la calle Istiklal, ayer
desangelada arteria comercial que desemboca en Taksim. Las
fuerzas de seguradad armaban
controles en todos los accesos al lugar, que en un día habitual -incluso cuando, antes de Gezi, había
protestas- estaría repleto de turistas y compradores. Así, muchos no pudieron
unirse a la manifestación, convocada allí por la Red Solidaridad con Taksim.
Al filo de las siete de la tarde, y a pesar de que los
manifestantes sólo desafiaban a la Policía con cánticos antigubernamentales, la paciencia de los
antidisturbios se agotó y abrieron los cañones de augu a presión contra los
presentes. El gas lacrimógeno corrió por todo Istiklal. Cientos
de policías de paisano, armados con porras extensibles, extendieron la
violencia entre quienes huían despavoridos de la policía.
Surtir la protesta de agentes sin uniforme y armados no fue la única novedad en
las técnicas represivas emprendidas bajo la batuta de Erdogan. Ayer, por
primera vez, la policía puso directamente en
su objetivo a la prensa. Ivan Watson, corresponsal del canal
CNN en la región, fue detenido justo mientras entraba en directo para su
cadena. Le liberaron a la media hora,
explicó luego, pidiéndole disculpas.
Las cargas en Estambul, que acabaron con la
rotura de al menostres
escaparates por unos individuos no identificados, se saldaron con al menos 13
personas heridas y más de 103 detenidos, según el Colegio de
Abogados de la ciudad. En la capital del país, Ankara, así como en las
localidades de Esmirna, Adana y Antioquía, también hubo manifestaciones inundadas por
chorros de agua y gas pimienta.
La intransigencia del Primer Ministro, que
de un año a acá no permite ni tan siquiera una pequeña feria de intercambio de
libros en el parque de Gezi, no
cesa. Si desde el gobierno se había atribuido las protestas de Gezi, primero, a 'lobbies' financieros, a los
sionistas y hasta a un complot para matar a Erdogan usando
telekinesis, ayer el 'premier' turco culpó de las protestas a
una alianza entre la oposición y el teólogo y ex aliado Fethullah Gülen.
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