
¿Qué somos?
¿Quiénes somos? ¿Alguna vez se lo ha preguntado?
Lo que conocemos, a priori, es que el ser humano nace,
en función de sus genitales se le atribuye un género y, con él, unos patrones
específicos de educación y comportamiento. La impronta del género lo marca todo:
cómo identificarse, cómo actuar socialmente, cómo sentir, cómo vestirse, qué
casilla marcar en los formularios o a qué baño entrar en los bares. Algo
aparentemente normal para la mayoría de la población, pero bastante complejo
para una facción de la sociedad que no encaja en un posicionamiento específico.
Extraño, raro, excéntrico, de carácter cuestionable.
Así define el Oxford English Dictionary al vocablo queer, un término acuñado a
finales del siglo XX, en EEUU, para designar a las minorías no heterosexuales o
de género binario y que rechaza todo tipo de
clasificaciones fijas entre el hombre y la mujer, afirmando que los géneros,
las identidades y las orientaciones sexuales, son el resultado de una
construcción social y no biológica. «Este movimiento trata de expandir la
propia identidad, eliminar etiquetas y visibilizar otras realidades»,
asegura Marian Yélamos, creadora de Dramafree Madrid, una iniciativa para el
encuentro y el debate queer.
Chicas varoniles, hombres femeninos, lesbianas con
look de chico, transexuales, operados, hormonados, drag kings, o lo que es lo
mismo, mujeres pertrechadas con barba, bigote, pelo en el pecho y prótesis de
penes para sentir la
impronta masculina, aquí no hay barreras. «Yo soy una mujer que lleva maquillaje
y se arregla, pero no me identifico como femenina completamente, ni como
lesbiana, ni como heterosexual, ni como bisexual tampoco. Busco hacer lo que
quiero en cada momento, empujar los
límites de la sociedad, de mí misma y experimentar, ya sea teniendo sexo con un
hombre, con una mujer, con una persona intersexual, de forma monógama o
polígama, sin tener etiquetas ni limitaciones externas», apunta Emma G.,
profesora de inglés.
Ser queer supone el activismo de vivir con conciencia
permanente en un entorno hostil a lo que se considera alejado de lo
costumbrista o normal. Para Julia H., también profesora,
«más que una corriente es una filosofía vital. Hay que negociar a diario para
conseguir la aceptación de lo diferente, de lo fuera de la normativa y no es
sencillo». Rendon, una estudiante americana prosigue, «es una aspiración
ideológica, la esperanza de vivir en un mundo más libre, sin estereotipos, en
el que no todos los príncipes y princesas sean como nos muestran en
las películas y se desmonten los prejuicios de esta cultura sexista».
El
movimiento llegó a Madrid en los 90 y se instaló en centros sociales del
poliédrico Lavapiés, barrio de pacífica convivencia entre dispares culturas,
corrientes, tribus urbanas y tipos. Allí se reúne La Cofradía del Santísimo
Coño de Todos los Orgasmos, un nutrido grupo de feministas que realizan
manifestaciones reivindicativas de los derechos de las mujeres. Vestidas con un
hábito morado, sobre el que yace impreso el símbolo de su organización, pasean
portando una vagina gigante.

«No pretendemos faltar el respeto a nadie, simplemente queremos llamar la atención sobre un tema que consideramos importante», expone Vanessa P., cofrade de la organización y de aspecto absolutamente masculino. «No me importa que me llamen chaval por la calle, ya lo he superado, de hecho, yo creo que me beneficia parecer un tío, ellos disponen de muchos privilegios sociales. Así me siento más seguro, no me miran y no tengo que aguantar que me estén silbando y acosando por la calle».
En el barrio
encontramos otras iniciativas como el Tango Queer de Olaya Aramo, cuyo objetivo
es el de olvidarse de los códigos tradicionales de lo femenino y lo masculino,
a través de la danza argentina, creando un espacio para parejas gays, lesbianas,
transexuales o intersexuales. «Creo que el enfoque binario es una mentira. Por
medio del tango se olvidan los códigos establecidos y se experimenta la
posibilidad de elegir libremente el rol que cada cual desea ocupar y el sexo de
la pareja del baile».
En constante progreso, el movimiento no ha dejado de
evolucionar y extenderse. Actualmente es sencillo encontrar todo tipo de información al
respecto en internet, talleres, performances, encuentros o conferencias, y ya
existen seminarios en la universidad, cursos de posgradoy
tesis doctorales sobre culturas queer, impartidos por abanderadas de la causa como Beatriz
Preciado, Raquel (Lucas) Platero, Carmen Romero o Esther Ortega.
¿Y el amor queer?, pregunto a Marian. «Ufff, infinito,
con una gran cantidad de combinaciones posibles y una sexualidad abierta, sin
límites, de personas con identidades dispares, operadas, no operadas, con pene,
sin pene, hormonadas... Todo lo que existe entre medias del
no-hombre y la no-mujer».